miércoles, 17 de marzo de 2010

La represión y las víctimas del franquismo

He extraído de un artículo del profesor Abdón Mateos, este contenido referido a las víctimas del franquismo. He intentado encontrar el enlace al artículo completo pero no ha sido posible. En aquel también se hablaba del exilio español en la posguerra. Creo que puede tener interés y por eso lo reproduzco aquí.



La dictadura de Franco tuvo en la represión y en el control social (la vigilancia de la población y la clasificación de la misma en desafectos e indiferentes) la principal clave de su supervivencia, alentando el recuerdo de la guerra civil e impidiendo la reconciliación entre los españoles. Esto no quiere decir que no existiera algún tipo de consenso, de supervivencia y acomodo a la dictadura, tras los duros años de posguerra. Aunque la dureza represiva de los años en los que España estuvo sometida al estado de guerra, hasta 1948, fue remitiendo con el transcurso del tiempo y la justicia militar fue sustituida por tribunales civiles desde 1963 salvo para los delitos de terrorismo, la dictadura basó su permanencia en la exclusión de los vencidos y, por tanto, en una política de la memoria de la guerra civil. Hasta 1969, por ejemplo, no prescribieron las responsabilidades políticas de la contienda y a los exiliados más destacados se les impidió regresar a España hasta después de la muerte de Franco.

La dictadura de Franco se asentó sobre la destrucción del orden republicano y la prohibición de todas las libertades democráticas. La liquidación de ese orden democrático se realizó mediante lo que Paul Preston ha caracterizado como una consciente inversión de terror. Terror que después del final de la guerra civil todavía quitó la vida a unas 40.000 personas de la demonizada anti-España. Ministros, diputados, dirigentes de partidos y sindicatos, maestros, funcionarios, intelectuales; pero, sobre todo, campesinos sin tierra y jornaleros, fueron víctimas de una espiral de terror sin precedentes.

Se trataba de un terror indiscriminado para, primero, desarticular la resistencia del enemigo y, luego, proceder a una masiva represión, sobre las personas que habían ocupado parcelas de poder, que permitiera una purga de la sociedad republicana.

Cifras terribles que, según el balance de Santos Juliá, se unían a los 90.000 fusilados partidarios del Frente Popular durante la guerra y los 60.000 del bando franquista. Esta represión fue especialmente dura en provincias como Sevilla, Córdoba, Badajoz y Zaragoza. Por ejemplo, la propia delegación de orden público de Sevilla elaboró un macabro censo de 8.000 fusilados y 2.000 desaparecidos durante los dos primeros años de guerra civil.

Las pérdidas de vida de la posguerra a causa de la represión directa se vieron incrementadas por las muertes por enfermedades asociadas al hambre, como la tuberculosis. Por ejemplo, entre 1940 y 1942 murieron a causa de esta enfermedad unas 78.000 personas.

A los consejos de guerra sumarísimos por rebelión militar que, al menos eliminaban la violencia arbitraria del período bélico, se sumaron otros instrumentos represivos como:

  • La Ley de Responsabilidades Políticas de febrero de 1939, con efectos retroactivos hasta octubre de 1934.
  • La Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo, de marzo de 1940.
  • La Ley de Seguridad del Estado de marzo de 1941 y
  • La Ley de represión del Bandidaje y el Terrorismo de Abril de 1947.

Estas dos últimas Leyes fueron los instrumentos principales para la desarticulación de toda resistencia de los supervivientes durante la posguerra. Por ejemplo, la Ley de Seguridad del Estado condenaba a muerte a todo aquel que se resistiera por las armas, y a penas entre 8 y 30 años al que “ejecutare actos directamente encaminados a sustituir por otro el Gobierno de la Nación”.

Estos 40.000 ejecutados de posguerra, en muchos casos acusados por el expediente de una presunta “responsabilidad colectiva” en crímenes de la guerra, era la punta del iceberg de una población reclusa que en 1939 estuvo cerca de los 300.000 presos. Cifras que se irían reduciendo: 270.719 en 1940, 159.392 en 1942, 74.095 en 1944, 30.610 en 1951 y 19.659 en 1956.

Por su lado, los internados en campos y batallones de trabajadores se redujeron en la segunda mitad de 1939 de 157.000 a 90.000. Era una población reclusa compuesta mayoritariamente por jornaleros de la tierra. En 1943 de los 6.347 presos confinados en colonias penitenciarias 3.981 era jornaleros. Hacia 1952 estaban fuera de prisión la mayor parte de los presos de la guerra. En realidad, tras el indulto de octubre de 1945 se produjo una liberación masiva de presos.

El Nuevo Estado del 18 de Julio, la España nacional-sindicalista querida por los falangistas, prohibió los partidos políticos y sindicatos, derogó los estatutos de autonomía de Cataluña y el País Vasco, declaró ilegales las huelgas y estableció una férrea censura. El matrimonio civil y el divorcio fueron suprimidos, se limitó la libertad religiosa, la mujer fue relegada a una minoría de edad legal y la homosexualidad fue perseguida mediante la Ley de vagos y maleantes (1954).

Además de los encarcelados en España, hay que tener en cuenta que cerca de medio millón de españoles había tomado el camino del exilio aunque, tras los retornos forzados por el comienzo de la guerra mundial, las cifras de los refugiados se estabilizarían en torno a los 150.000. Una vez finalizada la contienda mundial, un nuevo ciclo migratorio, a medio camino entre las motivaciones políticas y económicas, alimentaría el balance cuantitativo del exilio. Por ejemplo, en 1949, al reabrirse la frontera francesa más de diez mil españoles tomaron el camino del exilio.

De las cárceles al control policial


Aparte de los represaliados a causa de la guerra civil, las cárceles enseguida empezaron a ser depositarias de las víctimas del antifranquismo de posguerra. Por ejemplo, según las estadísticas de la Guardia Civil, entre 1943 y 1949 la guerrilla trajo consigo la muerte de 3.000 personas y cerca de 22.000 encarcelados. Entre 1946 y 1949 fueron detenidos por la brigada político-social acusados de actividades antifranquistas unas 8.000 personas. Todavía, según Ballbé, las sentencias de Tribunales Militares en los años centrales de la década de los cincuenta fueron de un millar por año.

A la privación de libertad o la incautación de bienes por el Tribunal de Responsabilidades Políticas habría que añadir las miles de depuraciones de funcionarios del Estado, cuyas víctimas principales fueron los maestros, y los innumerables despidos y desahucios de arrendatarios de la tierra. La libertad de movimientos de las personas también se vio restringida. Cerca de la cuarta parte de los antiguos presos en libertad condicional fueron desterrados de su lugar habitual de residencia al mismo tiempo que se exigía todo tipo de salvoconductos para poder circular libremente de una localidad a otra.

Una vez consolidada la dictadura y liquidada la resistencia de los supervivientes de la guerra civil, las cifras de la represión fueron mucho más moderadas. Por ejemplo, Manuel Ballbé ha establecido 5.040 condenas de Tribunales Militares entre 1954 y 1959, existiendo unos 6.000 presos políticos al finalizar la década de los cincuenta.

El crecimiento de las protestas sociales, la apertura exterior y la diversificación de las formaciones opositoras tuvo una traducción en la política represiva de la dictadura. Fue, sobre todo, tras las huelgas de 1962 cuando el régimen hubo de abordar la reforma de las leyes represivas. En 1959 se había promulgado una nueva Ley de Orden Público y en 1960 un decreto-ley contra actividades terroristas, pero la nueva legislación no resolvía el hecho de que los denominados delitos contra la seguridad interior del Estado fueran encomendados a la jurisdicción militar. En efecto, todavía estaba vigente la Ley de 1940 para la represión de la masonería y del comunismo que tipificaba como rebelión militar los delitos anteriores.

El resurgimiento de una nueva oposición y la protesta social trajo consigo la detención de 1.698 personas en 1956 y cerca del millar con motivo del estado de excepción de 1969. El número de presos políticos penados (condenados tras una sentencia judicial) durante los primeros años sesenta fue menor de mil entre 1963 y 1973, aunque el secretario general de UGT en el exilio contabilizó unos 5.000 opositores encarcelados entre 1958 y 1971. Por otro lado, el Tribunal de Orden Público, establecido en 1963 para sustituir a la jurisdicción militar en delitos de propaganda y asociación ilegal, emitió unas 300 sentencias por año entre 1969 y 1972, alcanzándose las 500 durante los tres últimos años de la dictadura de Franco. En 1974 el TOP abrió unos 1.400 sumarios que inculpaban a unas 6.000 personas, obreros en su mayor parte. Unos obreros que fueron objeto también de despidos y desposesiones de cargos sindicales electivos. Por ejemplo, en 1972 fueron desposeídos 17.000 enlaces sindicales por extinción de contrato.

El balance de la Dirección General de Seguridad para 1962, sin contar con los 996 huelguistas detenidos, ofrecía un total de 1.442 antifranquistas encarcelados. Un cifra que superaba a los 1.356 opositores detenidos en 1948 aunque no las del bienio de la esperanza de 1946-47: 2.137 y 3.899 encarcelados cada año.

Durante los primeros meses de 1963 más de un centenar de activistas de la oposición, sobre todo del FLP y del PCE, fueran sometidos a consejos de guerra sumarísimos. En otros casos los opositores eran enjuiciados por un tribunal de actividades extremistas o por juzgados especiales para delitos de propaganda ilegal. Esta anómala situación, unida al escándalo internacional asociado al caso Grimau, condujo a que en mayo de 1963 el Gobierno de Franco aprobara la creación del tristemente famoso Tribunal de Orden Público (TOP). Más de 8.000 españoles pasaron por las salas del TOP hasta 1976. A partir de la creación del TOP la jurisdicción militar quedó reducida a los delitos de terrorismo. Por ejemplo, tres meses después del fusilamiento de Grimau eran sometidos a consejo de guerra y ajusticiados mediante el horroroso garrote vil. Los anarquistas Delgado y Granados, acusados de la colocación de unos explosivos. De hecho, los años centrales del decenio de los sesenta (hasta 1968) fueron los únicos de la trayectoria del régimen de Franco libres de procesos políticos ante la jurisdicción militar.

Otro expediente represivo era la suspensión de artículos del Fuero de los Españoles y la consiguiente declaración del estado de excepción. Con motivo del estado de excepción de enero de 1969 cerca de un millar de españoles fueron detenidos o deportados. La aplicación de esta medida fue bastante frecuente en el País Vasco durante la última década de la dictadura. La represión no sólo se limitaba a la de carácter policial, pues otras instituciones del régimen como la Organización Sindical desposeyeron de sus cargos a miles de representantes sindicales.

No obstante, desde los años sesenta hubo una graduación de las medidas represivas. Por ejemplo, las actividades de los movimientos sociales de carácter obrero o estudiantil no podían conducir en todo momento a la prisión. Por otro lado, la política represiva empezó a distinguir entre las formaciones opositoras tolerando, en muchos casos, la actividad de las más moderadas. Esta graduación represiva permitió el paso desde la clandestinidad a la mera ilegalidad, controlada policialmente. Esta evolución llevó a que el profesor Linz estableciera una distinción entre oposición ilegal, oposición alegal y semioposición. Sin embargo, hubo un recrudecimiento de la represión entre 1967 y 1973, período que coincidió con el apogeo del poder del almirante Carrero Blanco. Durante esos años no fue infrecuente, por ejemplo, que manifestaciones o huelgas acabaran con varias víctimas mortales.

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viernes, 5 de marzo de 2010

Los signos en el Arte rupestre del Paleolítico


Se consideran como ideomorfos o signos a todas las figuras geométricas o abstractas que no obtienen una concordancia con un sujeto real.
Son el más abundante de los temas del arte paleolítico, en ciertas cuevas llegan a ser prácticamente exclusivos.

Hubo un tiempo en que se consideraba que cada signo se correspondía con la representación de un objeto material. Se distinguía entre escutiformes (escudos), escaleriformes (escaleras), laciforme, tectiforme, claviforme, aviforme, etcétera. Aún se pueden encontrar estos calificativos en la bibiografía actual.

Leroi Gourhan realizó varios intentos de tipologías de los signos, y así distinguió:

(a) Líneas abiertas: Motivos finos. Comprenderían todos lo elementos del diseños lineal: trazos rectos, meandros, puntos.... A estos los otorgó un sentido masculino.

(b) Líneas cerradas: Motivos gruesos que delimitan áreas. Comprenderían las figuras geométricas, que deslindan superficies cerradas: círculos, cuadrados, triángulos. A estos signos los otorgó un sentido femenino.

(c) Las diferentes posibilidades combinatorias de los puntos.

De esta manera tendríamos:

1. ( S1 ) Formas circulares, ovales, cuadrangulares, pentagonales/tectiformes, triangulares, y los modelos que simulan parte o toda la figura femenina (claviformes, punta de flecha).

2. ( S2 ) Ideomorfos alargados o concebidos a partir de trazos rectos aislados o agrupados, que, de alguna manera vendrían a figurar elementos fálicos.

3. ( S3 ) Aglutinaría las modalidades formales, elaboradas utilizando las puntuaciones como grafía, tanto un punto solitario como pares asociados, alineaciones o nubes de ellos.

Prácticamente todas las sistematizaciones que se han realizado del signario paleolítico parten en esencia de esta clasificación, si bien se ha tendido a establecer los tipos en función de las morfologías y sus variables regionales, más que dejarse llevar por su presumible significado.

María Pilar Casado acomete un estudio exhaustivo de los signos rupestres de la Península Ibérica dividiéndolos en dos categorías fundamentales:

1. Categoría A: Los que definen figuras geométricas cerradas.
Dentro de esta se definirían cinco categorías primarias distintas ( AI - V ); triángulo, cuadrado, ovalo o elipsoides, circular o seudocircular y formas intermedias.

2. Categoría B: Los que definen figuras lineales abiertas.
Establece dos categorías ( BI-II ); signos confeccionados con líneas rectas y curvas abiertas y trazos más o menos rectilíneos. Dentro de estos a su vez establece unos subtipos ( BI.1 , BI,2...)

Sauvet y Wlodarczyk por su parte analizando la disparidad formal de los signos pleistocenos, despejan doce prototipos ( grafías o claves ) con sus correspondientes variables, todo acorde con un estricto criterio de morfología teórica y expresando su repercusión en cuatro regiones clásicas: (España, Pirineos, Dordoña y otras zonas), advirtiendo la ausencia de determinados elementos en ciertas zonas geográficas.
B. y G. Delluc por su parte han asimilado contados tipos de signos (rupestres y muebles), sobre todo los de épocas arcaicas, a las improntas de huellas, pisadas y pistas de animales. Así, por ejemplo, el dibujo real de una pata anterior de oso estaría simbolizado en las paredes como un círculo central y varios círculos satélites.
Esto es porque los tipos particulares de una región distorsionan la perspectiva de las tipologías generales. A veces, una forma especial no tiene cabida en los esquemas globales, o su encuadre resulta muy forzado, por tanto, los criterios dejan de ser objetivos.
Por otra parte hay unos pocos signos que merecen un análisis más detallado, por ser muy emblemáticos para la historiografía y para evitar errores de clasificación, por las cuestiones de índole cronológica que pueden acarrear:

A) Tectiformes y Cuadrangulares:
En primer lugar hay que señalar que el término «tectiforme» ha de ser utilizado con prudencia para evitar los abusos que se han cometido. Los tectiformes parietales típicos (Tipo VI de Sauvet) son característicos de unos pocos sitios del Perigord (Font de Gaume, Les Combarelles, Rouffignac), cuevas relativamente cercanas entre sí. Están pintados, grabados y dibujados por medio de tamponados y asociados a animales de estilo tardío (Magd. Medio).
Existen por otro lado en el Cantábrico unos seudotectiformes que, en realidad, son más o menos cuadrangulares con decoración interna o particiones interiores y, a veces, con un apéndice (triangular o circular) llamado también «arco conopial» en un lateral mayor.
En el Arte mueble los trapecios rellenos de trazos imitando a los tectiformes típicos provienen de los niveles del Magdaleniense Reciente, sin embargo los signos parietales rectangulares y conopiales se reparten entre los momentos finales del Solutrense e inicio del Magdaleniense.

B) Claviformes:
Bajo este nombre se acogen dos morfotipos:
Los claviformes triangulares clásicos (Altamira, Tito Bustillo, La Pileta), suelen estar pintados de rojo a tinta plana, manifiestan una forma global triangular y orientación horizontal. Se entienden propios de la primera mitad del Magdaleniense.
Los claviformes lineales (El Pindal, Cullalvera, Niaux), consisten en un vástago central con una protuberancia o abultamiento lateral, por lo común circular, surgiendo habitualmente del tercio superior. Estos fueron comparados por Leroi-Gourhan con los perfiles femeninos esquemáticos de las colecciones mobiliares del Magdaleniense Superior.

C) Aviformes o tipo Placard:
Se denominan así por asemejarse a la simplificación de un pájaro. Los ejemplares descubiertos en el yacimiento de Placard permiten su encuadre preciso en el Solutrense (20 ka). Están diseñados a partir de un eje horizontal cuyos extremos inflexionan en ángulo recto y con un saliente superior en la parte media. Aparecen tanto pintados como grabados en muy contadas cavidades.

D) Tortugas:
Vocablo acuñado por Breuil, si bien advierte que es totalmente convencional. Jordá los califica como recintos o sacos y Casado los clasificó como formas circulares con decoración externa-interna.
En síntesis serían elementos circulares o semicirculares con distintos grados de complicación decorativa: circunferencias simples, rellenas de cortos trazos dobles, con apéndices externos… En la actualidad sólo se han localizado en La Pileta y Navarro, pintados en rojo en ambas cavidades, en fechas alrededor del Solutrense avanzado.
Ya Leroi-Gourhan ,Laming-Emperaire , Jordá y Sauvet apreciaron la distribución regional de ciertas categorías de signos rupestres, cuestión que los primeros interpretaron como marcadores étnicos, emblemas, señales de pactos y alianzas. Lo que sí está claro es que varias imágenes abstractas complejas encuentran un área geográfica y cronológica muy restringida: Los tectiformes parietales y los rectangulares simples, que quedan limitados a la zona del Perigord, en tanto que los cuadrangulares con decoración o partición interna serían característicos del Cantábrico.
Pero en definitiva, el temario de signos, en sus múltiples modalidades, consigue una vigencia plena y significativa durante el Pleistoceno, o sea recorre toda la horquilla temporal, desde el Auriñaciense hasta el Magdaleniense Superior, igualmente hay signos plasmados en todas las regiones y con todas las técnicas.


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