En 2º de Bachillerato se funden varios objetivos que hacen que los meses en que se cursa sean bastante complicados. El profesor tiene que atender a la demanda del alumno que le está pidiendo una buena preparación de cara al examen de Selectividad, una buena nota para mejorar su media, unas clases que no sean aburridas (hay que tener en cuenta la presión a la que están sometidos), unos exámenes no demasiado dificultosos, una forma de corregir comprensiva…
Bueno, esto lo sabemos los profesores. Pero, sin dejar de lado esto que acabo de decir, hay otra parte que nos preocupa como educadores. Esta parte no es algo de lo que sean conscientes los alumnos. Algunos es posible que no se lo hayan planteado nunca. Pero, desde luego, a mí me parece que es clave en la vida de los alumnos.
Como doy por descontado lo primero que he dicho, mi preocupación siempre ha gravitado ( y gravita aún), sobre este punto.
Voy a leer unas palabras del Dalai Lama, de su libro “Las Leyes de la vida”, que creo ilustran mi pensamiento sobre este aspecto:
«Si el maestro además de impartir la educación académica asume también la responsabilidad de preparar a sus alumnos para la vida, sus alumnos sentirán confianza y respeto, y aquello que se les haya enseñado dejará una huella indeleble en sus mentes. Por otro lado, las enseñanzas recibidas de un maestro que no muestra una auténtica preocupación por el bienestar de sus estudiantes serán recibidas como temporales y olvidadas muy pronto».
Dalai Lama (Las leyes de la vida).
Cuando educo soy consciente de que tengo conmigo en el aula, no a 2º Bachillerato o al 3º B de ESO, tengo a alumnos concretos, con sus nombres, sus problemas y sentimientos. El tiempo es escaso y el sistema educativo nos encorseta bastante. Aún así, os quiero asegurar que el que os habla siempre tiene en mente que las personas a las que educo tienen un futuro abierto, muchas cosas que aprender, mucho en que fallar, tener éxito y mucho trabajo y sufrimiento. Por eso siempre he querido darles herramientas para la vida, en la parte que me toca como educador, y espero que el cariño con el que se han forjado mis instrucciones, a veces en forma de reprimenda, haya llegado a todos. Si así ha sido habré tenido éxito. Espero que al menos le haya podido señalar una puerta que cruzar o algún cajón que abrir. En un futuro podrá cruzar la puerta y usar los cajones. Ese momento será aquel en el que cobre sentido todo lo que hemos compartido durante el tiempo en que hemos coincidido en el aula.
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