Comentario del maestro Dokhusô Villalba del texto de Eihei Dôgen
Se ha escrito mucho sobre budismo. Todos han leído algo
sobre el apego, el apego al yo, la realidad ilusoria, etcétera. Lo cierto es
que después de muchos años de divagar entre las palabras reflejadas de
traducciones del japonés al francés, después al inglés y luego al castellano
(por ejemplo), en estos comentarios del
Shôbôgenzô por parte de Dokushô Villalba aparece nítido el concepto de
Clara Luz y se entiende el concepto del «apego».
A la identificación
con una autoimagen ilusoria se le llama en el budismo apego al yo y a lo mío.
Este apego es considerado como la principal causa del dolor y del sufrimiento.
Claro que el entender es un paso. Después hay que olvidarse
de lo racional, del entendimiento por la mente entrenada para clasificar y
compartimentar conceptos y pasar a otra cosa. Si recordamos el principio del
libro de Lao Tsé, Tao Te Ching, «El Tao que puede ser nombrado no es el Tao
eterno» podremos reconocer qué es la Clara Luz, aunque no pretendo identificar
a ésta con el Tao, creo que estaríamos hablando en el mismo idioma. No podemos
olvidar que el budismo zen es una fusión del pensamiento taoísta y el budismo.
Como en el taoísmo sería el «hacer no haciendo». En japonés Sikantaza, sentarse sin propósito
alguno, de forma que «nada se haga y por
lo tanto nada quede sin hacer». En este punto conviene traer a colación el
principio de incertidumbre de la física de partículas, por el que toda
actuación, aunque solo sea observante, puede influir en lo observado.
No se trata de magia o gusto de la paradoja por la paradoja,
es una mera arquitectura del cerebro. Cuando queremos recordar algo que está en
la punta de la lengua lo mejor es no insistir en querer recordarlo, ya que no
lo conseguiríamos. Lo mejor es no tratar de recordarlo para recordarlo mejor.
Hay que dejar que el inconsciente trabaje buscando el dato mientras nos
dedicamos a otra cosa, la memoria trabaja mal bajo presión. De hecho la memoria
no trabaja a un nivel consciente, es un mecanismo inconsciente. Si quisiéramos
andar pensando en cada movimiento muscular, como cuando éramos bebes, nos sería
muy penoso hacerlo. Hay una serie de competencias que funcionan fuera del
control consciente, están automatizadas. Los conceptos y recuerdos surgen sin
que forcemos el cerebro, existe un nivel inconsciente del cerebro que se
encarga de todas estas cosas. Así si queremos ver la Clara Luz, debemos
mantenernos en otro nivel mental, si vislumbramos algo parecido a la C.L. y lo
hacemos consciente desaparecerá.
A veces, cuando ando solo por la montaña o la ciudad y
quiero penetrar en un nivel determinado de conciencia, sé que tengo que evitar
distracciones (ni música, ni preocupaciones, ni tener ningún tipo de
pensamiento). Es «sencillo» tan solo hay que vivir el presente, hacer lo que
estoy haciendo. Muy a menudo tengo éxito y logro penetrar la sensación de fluir
en el Todo, en el Ser, en la Clara Luz, en Dios…
Es cierto que todas las palabras del mundo no bastan para
explicar la experiencia. Como no es lo mismo ver Las meninas de Velázquez en el ordenador, o una antigua
enciclopedia, que hacerlo en persona. Recuerdo un día que visitando el museo
del Prado al girar la vista y toparme con La
anunciación del Giotto no pude evitar emocionarme. Todos estos fenómenos
suceden en el ámbito de lo inconsciente, afloran a lo consciente y como unos
fuegos artificiales finalizan.
Justo cuando nos damos cuenta de que está ahí, cuando lo
podemos verbalizar: desaparece. Luego podemos describirlo y lograr el efecto
descrito arriba en otra persona que interiorice, que experimente en lo más
íntimo las palabras escritas. Por eso se acude a la poesía para describir el
fluir en la Clara Luz. Las palabras no son nada y justo cuando mueren en
nuestro interior pueden germinar y hacer que pueda surgir el sentimiento, el
rapto místico de nuestros S. Juan de la Cruz o Santa Teresa. La vuelta a lo
consciente deja una sensación triste de añoramiento de la verdad, de lejanía
del amado=Dios.
¿Por qué, pues as llagado
aqueste coraçón, no le sanaste?
Y pues me le as robado,
¿por qué assí le dexaste,
y no tomas el robo, que robaste?
Cántico Espiritual (San Juan de la Cruz)
En estos comentarios se insiste en que no podemos ver la
Clara Luz como algo ajeno a nosotros. Somos Clara Luz y esto supone que la
Clara Luz se ilumine a sí misma.
«La función de la
práctica budista es pues la de facilitar la irradiación de la Clara Luz del Sí
Mismo».
El zen es el mecanismo para propiciar esto. Podemos suponer
que el buda o los bodishatvas renuncian a la iluminación permanente (nirvana)
para que todos los seres puedan ser iluminados. El budismo zen no es una vía ascética. Tampoco es un camino hedonista.
Es la vía que evita los extremos.
No quiere decir todo esto que se deba abandonar los
estudios, ejercitar la razón. Todo lo contrario. La sabiduría popular los deja
claro «el que no sabe es como el que no ve” es decir: si no sabemos donde mirar
no podremos ver. Lo racional es parte de nosotros mismos al igual que lo inconsciente.
El cerebro es tremendamente complicado y muchas funciones trabajan orquestadas
por un plan inicial impreso en nuestros genes que hacen que podamos
relacionarnos con nuestro entorno, con lo que esto implica de entorno visible,
cognoscible, intuible. Nuestro cerebro conjetura sin que tengamos la intención
de que así sea
«La fe es una forma de
conocimiento basado en la intuición no racional, aunque tampoco anti-racional.
La fe es el sentimiento religioso que queda cuando la creencia ha pasado el
filtro de la razón».
¿Es la fe un fenómeno ilusorio? Sí me parece que es un
sentimiento y cuando pasamos el filtro de la razón podemos destruirla ano ser
que queramos que sea algo donde agarrarnos. La fe está íntima unida al
desconocimiento y cuando se logra la iluminación la fe no tiene razón de ser.
La certeza puede ser ilusoria si está basada en la fe. ¿Cabría pensar el ver preguntarse Buda a sí mismo sobre la verdad de
su iluminación? Por definición la Clara Luz que se manifiesta se basa en una
verdad de tipo empírico y no racional. La duda cartesiana termina en el cogito ergo sum pero parece lejos de la iluminación de tipo
búdico y aunque está basado en la experiencia de existir, mezcla lo racional
(pienso) con lo empírico (existo).
En la experiencia de la meditación lo racional no tiene
cabida, lo empírico llena la actividad. Como un investigador el meditador ve
pasar los pensamientos desde la lejanía, no dejándose involucrar en la cadena
de pensamientos. Quiere verlos desaparecer como humo que se disipa y ver qué
pasa. Los maestros dirían en este punto “no, así no” la intencionalidad aleja
la oportunidad de la manifestación de la Clara Luz. De la misma forma que en el
principio de incertidumbre de Heisemberg, la observación contamina lo observado.
No es posible el conocimiento de la iluminación por parte de los sentidos. De
esta forma Descartes no podría decirnos que debemos desconfiar de la
experiencia, debido a que los sentidos nos pueden engañar, pero ¿y el genio
maligno? Todo nos lleva a la pregunta capital ¿es posible el conocimiento del
ser desde nuestra imperfecta existencia?
«la creencia no es un
acto de fe religiosa, sino la adopción ciega de un sistema mítico que opera
como un símbolo de inmortalidad y de trascendencia, tendente a mitigar -no a
disolver- la angustia existencial del yo separado».
Dado que se trata, de hecho, de un sistema ideológico que
opera como símbolo de inmortalidad y de salvación, el creyente no puede
permitir que otros no crean en lo que él cree, puesto que la incredulidad ajena
pone en tela de juicio la “veracidad” de su sistema de salvación y con ello su
propia creencia en él.
Lo que la fe intuía, la experiencia lo confirma. En nuestro
caso, la llamaríamos experiencia de la Clara Luz. La verdadera religiosidad es
trans-racional, no pre-racional.
Al tratar de desaguar el agua de las creencias
supersticiosas se corre el peligro de arrojar al mismo tiempo al niño de la
espiritualidad por el desagüe.
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