miércoles, 11 de diciembre de 2013

Reseña del comentario del Shôbôgenzô Kômyô

Comentario del maestro Dokhusô Villalba del texto de  Eihei Dôgen


Se ha escrito mucho sobre budismo. Todos han leído algo sobre el apego, el apego al yo, la realidad ilusoria, etcétera. Lo cierto es que después de muchos años de divagar entre las palabras reflejadas de traducciones del japonés al francés, después al inglés y luego al castellano (por ejemplo), en estos comentarios del  Shôbôgenzô por parte de Dokushô Villalba aparece nítido el concepto de Clara Luz y se entiende el concepto del «apego».

A la identificación con una autoimagen ilusoria se le llama en el budismo apego al yo y a lo mío. Este apego es considerado como la principal causa del dolor y del sufrimiento.

Claro que el entender es un paso. Después hay que olvidarse de lo racional, del entendimiento por la mente entrenada para clasificar y compartimentar conceptos y pasar a otra cosa. Si recordamos el principio del libro de Lao Tsé, Tao Te Ching, «El Tao que puede ser nombrado no es el Tao eterno» podremos reconocer qué es la Clara Luz, aunque no pretendo identificar a ésta con el Tao, creo que estaríamos hablando en el mismo idioma. No podemos olvidar que el budismo zen es una fusión del pensamiento taoísta y el budismo.
Como en el taoísmo sería el «hacer no haciendo». En japonés Sikantaza, sentarse sin propósito alguno,  de forma que «nada se haga y por lo tanto nada quede sin hacer». En este punto conviene traer a colación el principio de incertidumbre de la física de partículas, por el que toda actuación, aunque solo sea observante, puede influir en lo observado.

No se trata de magia o gusto de la paradoja por la paradoja, es una mera arquitectura del cerebro. Cuando queremos recordar algo que está en la punta de la lengua lo mejor es no insistir en querer recordarlo, ya que no lo conseguiríamos. Lo mejor es no tratar de recordarlo para recordarlo mejor. Hay que dejar que el inconsciente trabaje buscando el dato mientras nos dedicamos a otra cosa, la memoria trabaja mal bajo presión. De hecho la memoria no trabaja a un nivel consciente, es un mecanismo inconsciente. Si quisiéramos andar pensando en cada movimiento muscular, como cuando éramos bebes, nos sería muy penoso hacerlo. Hay una serie de competencias que funcionan fuera del control consciente, están automatizadas. Los conceptos y recuerdos surgen sin que forcemos el cerebro, existe un nivel inconsciente del cerebro que se encarga de todas estas cosas. Así si queremos ver la Clara Luz, debemos mantenernos en otro nivel mental, si vislumbramos algo parecido a la C.L. y lo hacemos consciente desaparecerá.

A veces, cuando ando solo por la montaña o la ciudad y quiero penetrar en un nivel determinado de conciencia, sé que tengo que evitar distracciones (ni música, ni preocupaciones, ni tener ningún tipo de pensamiento). Es «sencillo» tan solo hay que vivir el presente, hacer lo que estoy haciendo. Muy a menudo tengo éxito y logro penetrar la sensación de fluir en el Todo, en el Ser, en la Clara Luz, en Dios…
Es cierto que todas las palabras del mundo no bastan para explicar la experiencia. Como no es lo mismo ver Las meninas de Velázquez en el ordenador, o una antigua enciclopedia, que hacerlo en persona. Recuerdo un día que visitando el museo del Prado al girar la vista y toparme con La anunciación del Giotto no pude evitar emocionarme. Todos estos fenómenos suceden en el ámbito de lo inconsciente, afloran a lo consciente y como unos fuegos artificiales finalizan.

Justo cuando nos damos cuenta de que está ahí, cuando lo podemos verbalizar: desaparece. Luego podemos describirlo y lograr el efecto descrito arriba en otra persona que interiorice, que experimente en lo más íntimo las palabras escritas. Por eso se acude a la poesía para describir el fluir en la Clara Luz. Las palabras no son nada y justo cuando mueren en nuestro interior pueden germinar y hacer que pueda surgir el sentimiento, el rapto místico de nuestros S. Juan de la Cruz o Santa Teresa. La vuelta a lo consciente deja una sensación triste de añoramiento de la verdad, de lejanía del amado=Dios.

¿Por qué, pues as llagado
aqueste coraçón, no le sanaste?
Y pues me le as robado,
¿por qué assí le dexaste,
y no tomas el robo, que robaste?
Cántico Espiritual (San Juan de la Cruz)

En estos comentarios se insiste en que no podemos ver la Clara Luz como algo ajeno a nosotros. Somos Clara Luz y esto supone que la Clara Luz se ilumine a sí misma.
«La función de la práctica budista es pues la de facilitar la irradiación de la Clara Luz del Sí Mismo».
El zen es el mecanismo para propiciar esto. Podemos suponer que el buda o los bodishatvas renuncian a la iluminación permanente (nirvana) para que todos los seres puedan ser iluminados. El budismo zen no es una vía ascética. Tampoco es un camino hedonista. Es la vía que evita los extremos.

No quiere decir todo esto que se deba abandonar los estudios, ejercitar la razón. Todo lo contrario. La sabiduría popular los deja claro «el que no sabe es como el que no ve” es decir: si no sabemos donde mirar no podremos ver. Lo racional es parte de nosotros mismos al igual que lo inconsciente. El cerebro es tremendamente complicado y muchas funciones trabajan orquestadas por un plan inicial impreso en nuestros genes que hacen que podamos relacionarnos con nuestro entorno, con lo que esto implica de entorno visible, cognoscible, intuible. Nuestro cerebro conjetura sin que tengamos la intención de que así sea

«La fe es una forma de conocimiento basado en la intuición no racional, aunque tampoco anti-racional. La fe es el sentimiento religioso que queda cuando la creencia ha pasado el filtro de la razón».

¿Es la fe un fenómeno ilusorio? Sí me parece que es un sentimiento y cuando pasamos el filtro de la razón podemos destruirla ano ser que queramos que sea algo donde agarrarnos. La fe está íntima unida al desconocimiento y cuando se logra la iluminación la fe no tiene razón de ser. La certeza puede ser ilusoria si está basada en la fe. ¿Cabría pensar el ver  preguntarse Buda a sí mismo sobre la verdad de su iluminación? Por definición la Clara Luz que se manifiesta se basa en una verdad de tipo empírico y no racional. La duda cartesiana termina en el cogito ergo sum  pero parece lejos de la iluminación de tipo búdico y aunque está basado en la experiencia de existir, mezcla lo racional (pienso) con lo empírico (existo).

En la experiencia de la meditación lo racional no tiene cabida, lo empírico llena la actividad. Como un investigador el meditador ve pasar los pensamientos desde la lejanía, no dejándose involucrar en la cadena de pensamientos. Quiere verlos desaparecer como humo que se disipa y ver qué pasa. Los maestros dirían en este punto “no, así no” la intencionalidad aleja la oportunidad de la manifestación de la Clara Luz. De la misma forma que en el principio de incertidumbre de Heisemberg, la observación contamina lo observado.

No es posible el conocimiento de la iluminación por parte de los sentidos. De esta forma Descartes no podría decirnos que debemos desconfiar de la experiencia, debido a que los sentidos nos pueden engañar, pero ¿y el genio maligno? Todo nos lleva a la pregunta capital ¿es posible el conocimiento del ser desde nuestra imperfecta existencia?

«la creencia no es un acto de fe religiosa, sino la adopción ciega de un sistema mítico que opera como un símbolo de inmortalidad y de trascendencia, tendente a mitigar -no a disolver- la angustia existencial del yo separado».

Dado que se trata, de hecho, de un sistema ideológico que opera como símbolo de inmortalidad y de salvación, el creyente no puede permitir que otros no crean en lo que él cree, puesto que la incredulidad ajena pone en tela de juicio la “veracidad” de su sistema de salvación y con ello su propia creencia en él.
Lo que la fe intuía, la experiencia lo confirma. En nuestro caso, la llamaríamos experiencia de la Clara Luz. La verdadera religiosidad es trans-racional, no pre-racional.

Al tratar de desaguar el agua de las creencias supersticiosas se corre el peligro de arrojar al mismo tiempo al niño de la espiritualidad por el desagüe.

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