Estamos ante un alto
relieve, ya que la obra sobresale más de la mitad del plano de la piedra. Es un
fragmento del friso del altar de Zeus en Pérgamo y está realizado en mármol
mediante una técnica sustractiva.
El fondo de mármol es
neutro y se puede apreciar que el uso del trépano en los cabellos y el trabajo
en los pliegues de los ropajes, proporciona al conjunto unos efectos lumínicos que acentúan los volúmenes escultóricos.
Claramente los autores han tenido en cuenta la ubicación de la obra, expuesta a
la luz del día, a la hora de buscar los mencionados efectos.
En el fragmento, la
estructura en “v” otorga dinamismo a la escena y las líneas horizontales
dibujadas por los brazos le añaden estabilidad al conjunto. Hay que destacar el
cuidado de los detalles de la figura de Alcioneo al que sujeta por los cabellos
Atenea. Sus músculos contrastan con la tersura de la piel de la diosa
La obra de la que
podemos ver este fragmento es una construcción monumental que consta de un
altar rodeado por un pórtico jónico y elevado sobre un podio con escalinata y
en el que el friso exterior es la parte más más importante. Este friso se sitúa por encima del nivel de
los ojos de los que lo contemplan contribuyendo así a la impresión causada en
el espectador.
El friso que decoraba
las paredes exteriores del podio, de 2,30 m de altura y 113 metros de longitud relataba
la Gigantomaquia, es decir, la lucha entre dioses y gigantes.
La función de la obra es religiosa, es un altar de ofrendas (aunque es
evidente tenemos que decirlo), dedicado a
Zeus y a Atenea Niceforos-Victoriosa
y estaba ubicado en
la Acrópolis que se alza sobre la ciudad de Pérgamo ( en la actualidad
Bergama-Turquía). Hoy en día la obra se encuentra en Berlín.
Construido en el s. II a. C., hacia el año 180-160 a. C.,
durante el reinado de Eumenes II. Su
estilo es clásico griego y corresponde al período
helenístico. Es característico de este estilo el tratamiento de las expresiones de dolor y el movimiento agitado del conjunto. No tiene un autor conocido, pertenece a la escuela de Pérgamo, tanto la arquitectura del edificio, como el programa escultórico que aparece en el zócalo (friso).
Los altares en los recintos sagrados eran comunes en la Antigua Grecia.
Durante el Helenismo estos altares alcanzaron una gran teatralidad y
monumentalidad. La religiosidad no es un recetario de
creencias y rituales sino un sentimiento de la relación con la divinidad, la
religión es junto a la lengua, uno de los elementos de cohesión de la ciudad (polis) y del mundo helenístico.
El hombre
es la medida de todas las cosas. Esto ejemplifica la importancia del hombre
como eje central de la cultura griega. Los dioses se humanizan tanto en su
forma como en sus sentimientos. En el arte, el hombre también será el centro y
la principal fuente de inspiración. Grecia representa el nacimiento de la
filosofía y pensamiento racional, el hombre no se conforma con las
explicaciones mágicas de la naturaleza, sino que intenta comprenderlas. Esto se
ve bien en las esculturas, donde se busca la realidad y la razón.
Contexto histórico-social.
La etapa que denominamos Helenismo resulta un período
complejo. En realidad es consecuencia directa de la herencia dejada por
Alejandro Magno, por eso abarca desde su muerte en el 323 a. C., hasta el año
31 a. C. cuando los romanos después de la batalla de Accio conquistan
definitivamente Oriente. Al ser heredero de la cultura griega mantiene una
clara relación con una tradición anterior (clásica), pero al entrar en contacto
con un extenso territorio (oriente, Egipto) presentará cambios y novedades
frente a esta tradición anterior. De manera que aspectos claramente orientales
como la grandilocuencia o el monumentalismo arquitectónico, aparecen en algunas
obras, rompiendo el ideal de armonía y proporción.
La elección de la Gigantomaquia, lucha mítica de los dioses
griegos contra los gigantes, descrita detalladamente por Hesiodo en su Teogonía, no fue gratuita; era ideal para ser extrapolada a la realidad
del reino de Eumenes II: El rey de Pérgamo tenía como modelo al poderoso Zeus,
mientras que Atenea se convertía en su protectora y le concedía la victoria.
Los gigantes, hijos de los dioses primordiales Gea (la Tierra)
y Urano (el Cielo), se han alzado contra los dioses del Olimpo para hacerse con
el dominio de lo creado. El tema realmente es una alegoría de la lucha
entre el Bien y el Mal; o, si queremos, entre el orden legítimo y la
civilización y la arbitrariedad y el caos. Este tema tenía especial significado para
el estado helenístico de Pérgamo —centro de arte, ciencia y
cultura—, puesto que para ellos constituía la alegoría de su propia
lucha victoriosa que desde el siglo III a.C. libraban por sobrevivir
contra sus enemigos bárbaros (persas y galos) o contra otros reinos vecinos
como los seléucidas (sucesores de Seleuco, general de Alejandro Magno).
Se cree que el motivo concreto para la construcción del altar
fue el triunfo obtenido por Eumenes II en la batalla de Magnesia, en el año 190
a. C., sobre los seléucidas y los celtas/gálatas. El friso quería dar a entender que,
igual que los dioses habían vencido a los brutales gigantes, los atálidas (el
padre de Eumenes era Atalo) también habían triunfado sobre la barbarie de los
celtas invasores.
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